Nicolás Roerich
TESORO DE LAS NIEVES
¡A lo largo de Sikkim retumban nuevamente las enormes trompetas! Para todos es un día grande, solemne. ¡Vayamos al templo a ver las Danzas en el Gran Día de Homenaje a Kinchenjunga!
Se reúnen muchos pueblos de todos los rincones de Sikkim, con sus atuendos extraños y variados. Aquí están los habitantes de Sikkim, con sus cortas vestimentas rojas, con sus emplumados sombreros cónicos; también se encuentran las sobrias gentes de Bhutan, sorprendentemente parecidas a los vascos o húngaros; aquí se halla la gente de Kham, con sus turbantes rojos; se pueden ver los pequeños gorros redondos de los valientes gurkhas del Nepal; el pueblo de Lhasa, con sus vestimentas largas, parecidas a las chinas; los tímidos y silenciosos lepchas y muchos sherpas; toda clase de montañeses de todas partes vienen a rendir homenaje a los Cinco Tesoros de Kinchenjunga, que señala el camino de la Ciudad Sagrada de Shambhala.
Las trompetas rugen. Los tambores retumban. La multitud grita y silba. Entra el Protector de Sikkim con una enorme máscara roja y dorada y una corta lanza en la mano. Alrededor de la fuente, de la que se saca el agua sagrada cada mañana, el impresionante Protector de Sikkim gira en una danza lenta y benévola y completa sus círculos mágicos. Quizás esté examinando la situación religiosa de Sikkim. En cada monasterio de Sikkim, a la misma hora, se lleva a cabo la misma danza sagrada del Protector. Al finalizar su papel, el Protector se une a la pintoresca hilera de músicos.
Otra vez resuenan las trompetas y el rugido de la multitud Luego, la Protectora emerge del templo. Como una Kali o una Dakini, con calaveras que le adornan la cabeza, vestida de negro, la deidad describe el mismo círculo; después de llevarse a cabo su invocación tambien se sienta junto al Protector.
Nuevamente la multitud grita y chilla. Uno por uno emergen los Protectores de los cinco Tesoros de Kinchenjunga. Están listos para luchar por la Sagrada Montaña, pues en sus cuevas, todos los tesoros están protegidos durante siglos. Están listos para proteger la religión, que sostienen los ermitaños, quienes envían sus caritativas bendiciones desde las profundidades de las montañas. Los gallardetes en las vestiduras de estos guardianes son radiantes. Resplandecen como las nieves bajo los rayos del sol. Están listos para luchar. Están armados con espadas y protegidos con escudos circulares. Comienza la Danza de los Guerreros que recuerda a las danzas de los comanches de Arizona , se blanden las espadas en el aire; se disparan las armas. La población de Sikkim puede regocijarse al observar cómo se protegen los tesoros de Kinchenjunga. Pueden estar orgullosos: hasta ahora, las cimas rocosas de esta Montaña planea jamas han sido conquistadas. Sólo los enaltecídos guardianes de los Misterios, los altos Devas conocen la ruta que lleva hasta su cumbre. Los Guardianes terminan su danza; se dividen en dos grupos. Marchan a paso lento entonando un largo canto; alardean y apuestan. Cada uno habla de su habilidad: »yo puedo atrapar peces sin redes». »Yo puedo recorrer el mundo sin un caballo». »Nadie puede resistirse a mi espada». «mi escudo es fuerte». Y nuevamente sigue la corta danza de los guerreros. Pasan al templo. Ambos Protectores se ponen de pie y otra vez, después de varias danzas circulares entran por la puerta baja. La actuación llega a su fin.
Ahora, el poder de Kinchenjunga se revela de otra manera. Se ven arcos y flechas en las manos de las personas. Se demostrará el antiguo gozo de Sikkim: el antiguo arte del tiro con arco. Los blancos están lejos. Pero los montañeses aún conocen el noble arte y las flechas llegarán al corazón de la diana, como llegarán al corazón de los enemigos de Kinchenjunga. El festival ha terminado. Las largas trompetas gigantescas se llevan una vez más al templo; los tambores, los gongs, los clarinetes y los címbalos guardan silencio. Las puertas del templo se cierran. Esto no es budismo, es un Homenaje a Kinchenjunga.
Y cuando vemos el bello pico nevado, comprendemos el espíritu del festival, pues la veneración de la belleza es la base de este sentimiento enaltecido. Los montañeses sienten la belleza. Sienten un sincero orgullo al poseer estos picos nevados irrepetibles: los gigantes del mundo, las nubes, la bruma del monzón. ¿Acaso no son éstos simplemente una soberbia cortina delante del gran Misterio más allá de Kinchenjunga? Muchas bellas leyendas están conectadas con esta montaña.
Más allá de Kinchenjunga hay antiguos menhires del gran culto al sol. Más allá de Kinchenjunga se encuentra el lugar del nacimiento de la svástica sagrada, signo del fuego. Ahora, en el día del Agni-Yoga, el elemento fuego está nuevamente entrando en el espíritu y son venerados todos los tesoros de la tierra. Pues las leyendas de los héroes no están tan dedicadas a las llanuras cuanto a las montañas. Todos los Maestros viajaron a las montañas. El conocimiento supremo, las canciones más inspiradas, los sonidos y colores más soberbios se crean en las montañas. En las montañas más altas está lo Supremo. Las montañas más altas son testigos de la Gran Realidad. El espíritu del hombre prehistórico ya gozaba y comprendía la grandeza de las montañas.
Quien observa los Himalayas recuerda el gran significado del Monte Meru. El Santo Buda viajó a los Himalayas para recibir esclarecimiento. Allí, cerca del sagrado Stupa legendario, en presencia de todos los dioses, el Santo recibió su Iluminación. En realidad, todo lo conectado con los Himalayas revela el gran símbolo del Monte Meru, que se yergue en el centro del mundo.
Los pueblos antiguos de la sabia India discernieron en el esplendor de los Himalayas la sonrisa del poderoso Vishnú, que es un guerrero heroico e incansable, armado con un disco, una maza, una trompeta de guerra y una espada. Los diez Avataras de Vishnú se consumaron cerca del Himavat. El más remoto y antiguo de todos ellos es el Avatar Dagon, el hombre-pez, que salvó a los antepasados de la raza primera, Manu. En la época del primer cataclismo, el diluvio, Burma recuerda a Dagon y dice que el dagoba dedicado a él tiene más de tres mil años de edad. Luego vino la Tortuga el pilar del cielo que en las profundidades del océano del espacio, ayudó al gran cataclismo que puso sobre la tierra a la liosa radiante Lakshmi. Luego vino el poderoso Jabalí terrenal; luego, el inconquistable Narasimha, el homre-león, que salvó a Pralhada de la ira de su padre pecador. El quinto Avatar, el enano Vamana, triunfó sobre otro rey, Bally, que como el padre de Pralhada, intentó poseer el trono de Vishnú. El sexto Avatar, con el nombre de Brahma, es el gran guerrero Parasu Rama, que según las antiguas escrituras, aniquiló a la raza de los Kshatriyas. El séptimo Avatar apareció como Rama, el poderoso rey caritativo de la India, exaltado en el Ramayana. El octavo Avatar es Krishna, el pastor sagrado, cuya enseñanza se ensalza en la Bhagavad Gita, que todo lo abarca. El noveno Avatar, el Santo Buda, es el gran Avatar predicho por Vishnú como el triunfo de la sabiduría y la destrucción de los demonios y pecadores por su propio karma. El décimo Avatar de Vishnú, que aun no se ha manifestado, es el futuro Maitreya. Un gran jinete, salvador de la humanidad, el Avatar Kalki, que aparecerá montado en un caballo blanco; resplandeciente, con su espada triunfante en la mano; restablecerá la ley pura de la justicia y la sabia ley sobre la tierra.
El advenimiento de la resplandeciente diosa del día, lakshmi, prometida de Vishnú, siempre ha alegrado el corazón hindú, tanto como las cumbres de los Himalayas. El segundo Avatar de Vishnú, la Tortuga azul, colaboró en el movimiento del gran océano del espacio, según lo indican el Mahabharata, el Ramayana y el Vishnú Purana. Para devolver a las tres regiones: la tierra, el aire, y el cielo sus tesoros perdidos, Vishnú ordenó a los Devas, hijos del cielo, hijos del fuego, que se unieran a los oscuros y demoníacos Asuras para agitar el océano cósmico con el fin de crear el mar de leche, o Amrita, el néctar celestial de la vida. Los Devas, con un brillo resplandeciente, llegaron al borde del mar, que se movía como las brillantes nubes de otoño. Y con la ayuda del Grande, desarraigaron la montaña sagrada para que sirviera como polo giratorio. La gran serpiente Ananpa se ofreció como polo y el poderoso Vishnú, asumiendo la forma de una inmensa Tortuga, hizo un eje para el polo. Los Devas sostuvieron la cola de la serpiente, y los Asuras se aproximaron a la cabeza; así comenzó el gran movimiento de la creación. La primera creación de esta tumultuosa labor fue la vaca divina, la fuente de leche, que aparece en los Vedas como la nube de lluvia, que venció a la sequía. Luego se manifestó Varuni, la radiación cristalizada de Vishnú. Luego vino la Purijara, fuente de todos los frutos celestiales. Después surgió la luna y fue poseída por Shiva. En este momento, una conflagración, humos destructivos emitidos por este proceso, envolvieron la tierra y amenazaron a todo el universo. Luego Brahma, el creador, apareció y pidió a Shiva que manifestara sus poderes. Shiva, por el bien de todos los seres existentes, se tragó el veneno en un sacrificio de sí mismo y se convirtió en Nilakanta, el de la garganta azul. Luego apareció Dhanivantari, con la preciosa copa de Amrita. ¡Escuchad y regocijaos! Luego de él vino la propia Lakshmi, la refulgente. Radiante, rodeada de sus ayudantes celestiales, resplandecientes como una brillante cadena de nubes. Al mismo tiempo, las grises nubes de lluvia, los poderosos elefantes del cielo, vertieron agua sobre ella desde vasijas de oro. Apareció Amrita y comenzó la eterna batalla por el tesoro del universo. Los Devas y los Asuras chocaron en la lucha pero los Asuras fueron desterrados y enviados al Batala, los lugares sombríos y recónditos de la tierra. Nuevamente hubo gozo y felicidad en los tres mundos: era el festival de los dioses y los hombres.
A medida que uno asciende lo picos de los Himalayas y observa el océano cósmico de las nubes debajo de uno, se ven las murallas de interminables macizos rocosos y las hileras nacaradas de nubecillas. Detrás de ellas marchan los elefantes grises del cielo, las pesadas nubes del monzón. ¿Acaso no es esto un cuadro cósmico que nos llena de compresión de alguna gran manifestación creadora? La poderosa serpiente, en interminables espirales, sostiene la Vía Láctea. La tortuga azul del cielo y las infinitas estrellas son como tesoros de diamantes de una futura victoria. Recordamos los gigantescos mendangs de la cordillera de Sikkim, con sus asientos de piedra que los grandes ermitaños usaban para su meditación antes del alba; el gran poeta Milarepa conocía la fuerza de la hora antes del amanecer y en este imponente momento, su espíritu se fusionaba con el gran espíritu del mundo, en una consciente unidad.
Antes del alba se levanta una brisa y el mar lácteo se ondula. Los Devas resplandecientes se han aproximado a la cola de la serpiente y ha comenzado la gran agitación. Las nubes se desmoronan como los muros destrozados de una prisión. Es verdad, ¡el dios luminoso se acerca! ¿Pero qué ha ocurrido? Las nieves están rojas como la sangre. Sin embargo, las nubes se juntan en una neblina ominosa y todo lo que en otro tiempo era resplandeciente y bello se vuelve denso, oscuro, que cubre el campo de batalla. Asuras y Devas luchan; los humos venenosos se cuelan por todas partes. ¡La creación debe perecer! Pero Shiva, en el sacrificio de sí mismo, ha inferido el veneno que amenazaba con destruir el mundo; él, el grande de la garganta azul. Lakshmi surge de la oscuridad, con el cáliz del néctar. Y ante su radiante belleza, todos los malos espíritus de la noche se dispersan. ¡Se manifiesta en el mundo una nueva energía cósmica!
Dónde se puede encontrar mayor gozo que cuando el sol ilumina los Himalayas; cuando el azul es más intenso que los zafiros; cuando desde la distancia, los glaciares refulgen como gemas incomparables. Todas las religiones, todas las enseñanzas, se sintetizan en los Himalayas. La Virgen de la Aurora, los Ushas de los antiguos Vedas, es poseída por las mismas virtudes elevadas de la jovial Lakshmi. También puede distinguirse el poder de Vishnú que todo lo derrota. Antes, él era Narayana, el ser cósmico de las profundidades de la creación. Finalmente, se le ve como al dios del sol, y, antes su sonrisa, surge de la oscuridad la gran diosa de la felicidad.
¿Acaso no notamos también este vínculo entre Lakshmi y Maya, madre de Buda? Todos los grandes símbolos, todos los héroes, parecen aproximarse a los Himalayas como si fueran el altar más alto, donde el espíritu está mucho más cerca de la divinidad. ¿Acaso las estrellas resplandecientes no están más cerca cuando se está en los Himalayas? ¿Acaso los tesoros de la tierra no son más evidentes en los Himalayas? Un simple sirdar de nuestra caravana nos pregunta:
"¿Pero qué hay oculto debajo de las poderosas montañas? ¿Por qué las mesetas más grandes están precisamente en los Himalayas? ¡Debe de haber enormes tesoros allí!"
Al pie de las montañas de los Himalayas hay muchas cuevas y se dice que desde estas cuevas salen galerías subterráneas que siguen por debajo de Kinchenjunga. Algunos incluso han visto la puerta de piedra que jamás se ha abierto, pues aún no ha llegado el día. Los profundos pasajes siguen hasta el Valle Resplandeciente. Podemos darnos cuenta del origen y la realidad de estas leyendas cuando nos familiarizamos con las insospechadas formaciones de la naturaleza de los Himalayas, cuando personalmente percibimos cuan cerca se encuentran los glaciares de la vegetación frondosa. El homenaje que las personas simples rinden a Kinchenjunga no nos sorprende, porque en él no vemos superstición, sino una verdadera página de floklore poético. Esta veneración popular de las bellezas naturales tiene su contrapartida en el elevado corazón del viajero sensible que, seducido por las inexpresables bellezas de aquí, está siempre dispuesto a cambiar su vida ciudadana por los picos montañosos. Para él, este sentimento de exaltación tiene prácticamente el mismo significado que la danza conquistadora del Guardián de las Montañas y del grupo de arqueros alertas, listos para proteger las bellezas de Kinchenjunga.
¡Salud al inconquistable Kinchenjunga!
Talai-Pho-Brang, 1928