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Nicolás Roerich

HABITANTES SUBTERRÁNEOS


        En nuestros viajes, una vez, llegamos a un pueblo casi en ruinas. Se veía una luz tenue solamente en dos casas. En un pequeño cuarto había un anciano sentado, limpiando un utensilio. Se convirtió en nuestro anfitrión por la noche. Le pregunté la razón de su aislamiento. El respondió

       — "Todos se han marchado. Han encontrado sitios más apropiados para sus viviendas. Eran fuertes y emprendedores. Algo nuevo los atrajo. Pero yo sabía que no existe nada nuevo en la tierra. Y no quise cambiar el sitio de mi muerte.

       Así se marchan los más fuertes. Los que ya están declinando, esperan la muerte con paciencia. ¿Acaso no es ésta la historia de todas las migraciones, de todas las empresas."

       El tema de las grandes migraciones es el más fascinante de la historia de la humanidad. ¿Qué espíritu fue el que movió de esta manera a naciones enteras e innumerables tribus? ¿Qué cataclismo condujo a las hordas fuera de sus estepas conocidas? ¿Qué nueva felicidad y privilegios vislumbraron en la neblina azul del inmenso desierto?

       Sobre rocas, en Dardistán, vimos dibujos antiguos. También vimos la misma clase de dibujos en las rocas cerca del Brahmaputra y también en las del Orkhon, en Mongolia, y en los túmulos de Minusinsk, en Siberia. Y finalmente, percibimos la misma psicología creativa en los halristningars de Suecia y Noruega. Más tarde, nos detuvimos, llenos de admiración, ante los signos poderosos del románico temprano que encontramos, basado en las mismas aspiraciones creativas de los grandes migradores.

       En cada ciudad, en cada campamento del Asia, in tenté descubrir qué recuerdos apreciaba la memoria popular. A través de estos relatos guardados y preservados, se puede reconocer la realidad del pasado. En cada destello del folklore, hay una gota de la gran verdad adornada o distorsionada. No hace mucho éramos demasiado vanos para apreciar estos tesoros del folklore. "¡Qué podría saber esta gente inculta!" Pero después nos enteramos de que hasta los grandes Rig-Vedas fueron escritos sólo en el pasado relativamente reciente, y quizá, durante muchos siglos, fueron pasando de boca en boca. Pensábamos que la alfombra voladora de los cuentos fantásticos pertenecía sólo a los niños, pero pronto nos dimos cuenta de que si bien cada fantasía, en su manera individual, teje una bella alfombra que adorna la vida, esta misma alfombra lleva las huellas de la gran realidad del pasado.

       Entre las innumerables leyendas y cuentos fantásticos de diversos países, se pueden encontrar los relatos de tribus perdidas o habitantes subterráneos. En amplias y diversas direcciones, las personas hablan de hechos idénticos. Pero al correlacionarlos, enseguida se puede ver que éstos son sólo capítulos de la misma historia. Al principio, parece imposible que exista cualquier conexión científica entre estos susurros distorsionados bajo la luz de las hogueras del desierto. Pero después comenzamos a captar la peculiar coincidencia en estas múltiples leyendas narradas por pueblos que hasta ignoran sus propios nombres.

       Reconocemos la misma relación en los folklores del Tíbet, Mongolia, China, Turkestán, Cachemira, Persia, Altai, Siberia, los Urales, Caucasia, las estepas rusas, Lituania, Polonia, Hungría, Alemania, Francia; desde las montañas más elevadas hasta los océanos más profundos. En la región de Turfan se oyen relatos maravillosamente elaborados. Te cuentan cómo un tirano persiguió a una tribu sagrada y cómo el pueblo, no queriendo someterse a la crueldad, se encerró en montañas subterraneas. Hasta te preguntan si quieres ver la entrada de la cueva a través de la cual huyó el santo pueblo perseguido.

       En Kuchar se habla del Rey Po-chan, soberano de los tokhars que, cuando se acercaba el enemigo, desapareció con todos los tesoros de su reino, dejando tras de sí sólo arena, piedras y ruinas.

       En Cachemira hablan de la tribu perdida de Israel; algunos rabinos cultos quizá te expliquen que Israel es el nombre de aquellos que están buscando y que constituyen, no una nación, sino la naturaleza de un pueblo. En conexión con estas creencias, te enseñan en Srinagar la tumba del Santo Issa: Jesús. También se puede oir una historia elaborada de cómo el Salvador fue crucificado pero no murió y sus seguidores se llevaron el cuerpo del sepulcro y desaparecieron. Se dice que Issa se recuperó y pasó el resto de su vida en Cachemira predicando el mismo evangelio. Se dice que en esta tumba subterránea, se perciben diversas fragancias. En Kashgar, te enseñan la tumba de la Virgen María, donde la Santa Madre de Issa huyó tras la cruel persecución de su hijo. Por todas partes, se oyen historias diferentes de viajes y movimientos de gran significado. Avanzar con la caravana proporciona el mayor placer y la mayor educación. Desde Turfan también llega el agradable relato de cómo los jóvenes son enviados en largos viajes como si fueran peregrinajes, para adquirir el mejor conocimiento de otras tierras.

       Cada entrada de una cueva sugiere que ya ha entrado alguien allí. Cada arroyo, en especial los subterráneos, atrae nuestra fantasía hacia los pasajes subterráneos. En muchas partes del Asia Central hablan de los agharti, el pueblo subterráneo. En numerosas y bellas leyendas resumen la misma historia de cómo los mejores abandonaron la tierra traicionera y buscaron la salvación en regiones ocultas, donde adquirieron nuevas fuerzas y conquistaron poderosas energías.

       En los Montes Altai, en el magnífico valle elevado de Uimon, un venerable Viejo Creyente (starover) me dijo:

       — "Te demostraré que el relato sobre los Chud. lo. habitantes subterráneos, no es una fantasía. Te conduciré hasta la entrada del reino subterráneo."

       En el camino a través del valle rodeado de montañas nevadas, nuestro anfitrión nos contó muchos relatos sobre los Chud. Es notable que "Chud", en ruso, tenca el mismo origen que la palabra "maravilla". De modo que quizá podamos considerar a los Chud una tribu maravillosa. Mi guía barbado contó cómo "una vez, en este fértil valle, vivió y floreció la poderosa tribu Chud. Sabían cómo explorar el terreno en busca de minerales y cómo segar la mejor cosecha. Esta tribu era muy pacífica e industriosa. Pero entonces vino un Zar Blanco con hordas innumerables de guerreros crueles. Los pacíficos e industriosos Chud no pudieron resistir los ataques de los conquistadores y, no queriendo perder su libertad, permanecieron como siervos del Zar Blanco. Entonces, por primera vez, comenzó a crecer un abedul blanco en esta región. De acuerdo con las profecías, los Chud supieron que era el momento de su partida. Y los Chud, no queriendo permanecer sometidos al Zar Blanco, se marcharon bajo la tierra. Sólo a veces se puede oír cantar al pueblo sagrado; ahora sus campanas resuenan en los templos subterráneos. Pero llegará el glorioso momento de la purificación humana, y en esos días, los grandes Chud volverán a aparecer en toda su gloria."

       De esta manera concluyó el Viejo Creyente. Nos aproximamos a una baja colina rocosa. Con orgullo me enseñó:

        — "Aquí estamos. He aquí la entrada del gran reino subterráneo. Cuando los Chud entraron en el pasaje subterráneo, cerraron la entrada con piedras. Ahora nos encontramos junto a esta sagrada entrada."

       Estábamos delante de una enorme tumba rodeada de piedras grandes, tan típicas del período de las grandes migraciones. Vimos estas tumbas, con los bellos restos de reliquias góticas, en las estepas de la Rusia meridional, a los pies de las colinas del Caucaso septentrional. Al estudiar esta colina, recordé que durante nuestro cruce del paso del Karakorum, mi guía, que provenía de Ladak me había preguntado:

       — «¿Sabe por qué hay una meseta tan peculiar aquí? ¿Sabe que en las cuevas subterráneas de aquí hay muchos tesoros ocultos y que en ellas vive una maravillosa tribu que aborrece los pecados de la tierra?»

       Y nuevamente, cuando nos acercamos a Khotán, los cascos de nuestros caballos sonaban huecos, como si cabalgáramos sobre cuevas o vacíos. La gente de nuestra caravana atrajo nuestra atención hacia ello, diciendo:

       — «¿0ís qué pasajes subterráneos estamos cruzando? A través de estos pasajes, aquellos que los conocen bien pueden llegar a tierras lejanas."

       Cuando vimos entradas de cuevas, los hombres de nuestra caravana nos dijeron:

       — «Hace mucho tiempo, había personas que vivían allí; ahora se han ido al interior. Han encontrado un pasaje subterráneo que conduce al reino subterráneo. Solo en raras oportunidades aparecen algunos de ellos otra vez sobre la tierra. Estas personas llegan a nuestro bazar con dinero extraño, muy antiguo, pero nadie sería capaz de recordar la época en que ese dinero se usó aquí.»

       Les pregunté si también nosotros podríamos ver a estas personas. Y ellos respondieron:

        — «Sí, si vuestros pensamientos son igual de elevados y están en contacto con este pueblo sagrado, pues en la tierra sólo hay pecadores y las personas puras y valerosas pasan a algo más bello.»

       Grande es la creencia en el Reino del pueblo subterráneo. A lo largo de toda Asia, a través de los desiertos, desde el Pacífico hasta los Urales, se puede oír el mismo relato maravilloso del pueblo sagrado desaparecido. Y aún más allá de los Montes Urales, podrá oírse el eco del mismo relato. Muchas veces, se oye hablar sobre las tribus subterráneas. En ocasiones, se dice que un pueblo sagrado invisible vive detrás de una montaña. Unas veces, se expanden sobre la tierra gases venenosos o vitalizantes, para proteger a alguien. Otras, se oye cómo se mueven las arenas del gran desierto y revelan, por un instante, tesoros de las entradas de reinos subterráneos y que bellísimas princesas en una época ocuparon estos castillos naturales.

       Desde la distancia se puede tomar estas aberturas por nidos de águilas, pero todo lo que pertenece al pueblo subterráneo está oculto. A veces, la Ciudad Sagrada está sumergida, como en el folklore de los Países Bajos y Suiza. Y existen folklores que coinciden con verdaderos descubrimientos en los lagos y a lo largo de las costas del mar. En Siberia, en Rusia, Lituania y Polonia, hay muchas leyendas y cuentos fantásticos de gigantes que vivieron en otras épocas en estos países pero que después, al no gustarles las nuevas costumbres, desaparecieron. En estas leyendas, se puede reconocer los orígenes específicos de los antiguos clanes. Los gigantes son hermanos. Con mucha frecuencia, las hermanas de los gigantes viven en las otras orillas de los lagos o del otro lado de las montañas. Muchas veces no les gusta moverse del sitio pero algún acontecimiento especial les obliga a irse de su morada patrimonial. Cerca de estos gigantes siempre hay aves y animales; como testigos, los siguen y anuncian su partida.

       Entre las historias de las ciudades sumergidas, la de la ciudad de Kerjenetz, en la región de Nijni Novgorod, posee una soberbia belleza. Esta leyenda tiene tanta influencia sobre las personas que aun ahora, una vez al año, numerosos creyentes se reúnen en una sagrada procesión alrededor del lago, donde se sumergió la ciudad sagrada. Es conmovedor ver qué vitales son estas leyendas, vitales como las hogueras y antorchas de la procesión misma, que resuena con canciones sagradas acerca de la ciudad. Después, en completo silencio, alrededor de las hogueras, estas personas esperan y están atentas a las festivas campanas de las invisibles iglesias.

       Esta procesión recuerda al festival sagrado en el Lago Manasarowar, en los Himalayas. La leyenda rusa de Kerjenetz es atribuida a los tiempos del yugo tártaro. Se cuenta que cuando las victoriosas hordas mongoles se acercaron, la antigua ciudad rusa de Kerjenetz fue incapaz de defenderse. En aquel momento, todo el pueblo sagrado de esta ciudad se dirigió al templo y oró por su salvación. Entonces, ante los mismísimos ojos de los les conquistadores, se hundió la ciudad solemnemente en el lago, que de allí en adelante fue considerado sagrado. Si bien la leyenda habla de la época del yugo taártaro, se puede percibir que las bases esenciales de esta son mucho más antiguas y se pueden distinguir las huellas de los efectos típicos de la migración. Esta leyenda no sólo dio origen a muchas variantes, sino que hasta inspiró a muchos compositores y artistas modernos. Todos podemos recordar la bellísima ópera de Rimsky-Korsakoff, La ciudad invisible de Kitesh.

       Las interminables kurgans de las estepas meridionales conservan numerosas historias al respecto de la aparición del guerrero desconocido, proveniente nadie sabe de dónde. Los Montes Cárpatos, en Hungría, poseen muchas historias similares de tribus desconocidas, guerreros gigantes y ciudades misteriosas. Si, pacientemente, señalamos en nuestro mapa, sin prejuicio, todas las leyendas e historias de esta naturaleza, nos sorprenderemos. Cuando juntamos todos los cuentos fantásticos de tribus perdidas y subterráneas, ¿no tendremos ante nosotros un mapa entero de grandes migraciones? Un viejo misionero católico nos dice casualmente que el sitio de Lhasa a veces se llamó Ghota. En los Transhimalayas, a alturas de 4.500 ó 4.800 metros, encontramos varios grupos de menhires. De estos menhires, en el Tíbet, nadie sabe nada. Una vez, después de un día entero de viaje a través de las estériles colinas y rocas de los Transhimalayas, vimos, a distancia, algunas tiendas negras dispuestas para nuestro campamento. Al mismo tiempo, notamos, no lejos de la misma dirección, aquellas piedras alargadas que son tan significativas para todos los arqueólogos. Aun desde lejos, se podía distinguir el peculiar diseño de su disposición.

       — "¿Qué clase de piedras son aquéllas, en las laderas?"

       Preguntamos a nuestro guía tibetano.

       — "Ah — contestó —, son Doring, piedras alargadas; éste es un antiguo lugar sagrado. Es muy útil poner grasa en las cabezas de las piedras. Entonces, las deidades de este sitio ayudan a los viajeros."

       — "¿Quién puso estas piedras juntas?"

       — "Nadie lo sabe. Pero desde épocas antiguas esta zona ha sido llamada Doring, piedras largas. Las personas dicen que gentes desconocidas pasaron por aquí hace mucho."

       A través del relieve de los Transhimalayas, vimos con toda claridad las extensas hileras de piedras verticales. Estos pasillos terminaban con un círculo con tres piedras altas en el centro. La dirección de toda la figura era de oeste a este.

        Después de acampar, nos dirigimos aprisa a este sitio. Y con toda la evidencia ante nosotros, nos dimos cuenta de que aquí había un típico menhir, como el que dio gloria al campo de piedras de Carnac. En las laderas circundantes no había objeto alguno. No muy lejos del menhir se hallaba la huella de un pequeño río, temporalmente seco. No se permitía hacer ninguna excavación gracias al estúpido prejuicio de los tibetanos que inventaron la historia de que Buda prohibió que tocaran la tierra. Pero no hacía falta ninguna excavación para reconocer la típica construcción druídica transportada con tanto cuidado desde las costas del océano... "Los más fuertes han pasado por aquí y han encontrado los sitios más apropiados."

       Durante los siguientes cuatro días encontramos otros cuatro grupos de menhires. Algunos de ellos tenían los mismos pasillos de piedra, más bien largos; otros se componían sólo de varias piedras alargadas rodeadas de otras más pequeñas. Cuando nos aproximamos a los pasos altos antes del Brahmaputra, no vimos más de estas construcciones. En conexión con estos antiguos santuarios encontramos varias tumbas, un cuadrado formado por enormes piedras. Otra vez se revelaba una completa repetición de las de Altai y el Cáucaso. Ante mí, desde el mismo lugar, hay una fíbula característica: el águila bicéfala. Conocemos el mismo diseño por las tumbas del Cáucaso septentrional. Delante de mí hay espadas tibetanas, exactamente como las de las tumbas góticas. Las mujeres de la misma región usan el tocado como el de los pueblos eslavos, el llamado Kokoshnik.

       A medida que viajamos a través de las cimas elevadas del Tibet con su frío y huracanes insoportables, a medida que distinguimos estos salvajes tibetanos en desechas pieles, que devoran carne cruda, nos sentimos profundamente sorprendidos cuando por el gorro de piel asoma lo que al parecer es el rostro de un español, un húngaro o un francés del sur. Es verdad, tienen las facciones distorsionadas, pero no tienen relación con el tipo mongol o chino. Sólo se pueden relacionar con los europeos. También podemos imaginar que el pueblo mejor y más valiente se ha marchado a alguna parte y ahora tenemos delante de nosotros sólo a algunos restos pobres y degenerados.

       Al observar los crueles glaciares de los Transhimalayas, el terreno estéril, las rocas yermas, donde hasta los animales son escasos, donde hasta las águilas sólo se ven en contadas ocasiones, podemos comprender que los pueblos se hayan visto obligados a marcharse y que, desde las altas montañas, hayan alcanzado las expansiones de los futuros desiertos. Pero sus espíritus no quedaron satisfechos. Echaban de menos las montañas. Así fue cómo los Montes Altai les brindaron la ilusión temporal de una anhelada felicidad. Pero los glaciares de los Altai estaban demasiado cerca de ellos; sólo ahora están comenzando a retroceder, pues los científicos han estimado que la recesión de los glaciares ha sido de unos 7,5 metros durante los últimos treinta años. Una nueva y fértil zona de vivienda para los valerosos viajeros había de encontrarse en el Cáucaso septentrional y en la península de Crimea. Una vez más, las montañas les permitieron tener un espacio para respirar. Sin embargo, ya no deberían combatir contra los glaciares. El largo viaje fue recompensado. ¿Por qué, entonces, no intentar ir más lejos? Los Montes Cárpatos también eran tentadores; de modo que los peregrinos llegaron hasta las mismísimas orillas del océano. Y recordaron todos los signos sagrados de su extenso viaje. Por esta razón, apreciamos tanto los menhires y el Stonehenge de Bretaña y las Islas Británicas. No podemos hacer declaraciones de finalidad, cada finalidad es una conclusión y las conclusiones significan la muerte. En amplias decisiones, en amplias expectativas y búsqueda, nos alegra añadir más perlas al collar de la investigación.

       Cuando me preguntaron:

       — "¿Por qué te regocijas tanto con estos menhires?"

       Yo respondí:

       — "¿Porque mi mapa de cuentos fantásticos se vio comprobado. Cuando en Carnac sostienes en una mano el extremo de una cuerda encantada, ¿no es una alegría encontrar el otro extremo en los Transhimalayas?"

       Puede que alguien sostenga que quizá los constructores de los menhires llegaron a los Transhimalayas de alguna parte y que los Transhimalayas, de esta manera, pueden haber sido su lugar de detención, pero no su morada original. Por lo tanto, cuantas menos conclusiones definidas formemos y cuanto menos esperemos, tanto mejor para el futuro.

       — "¿Pero estás seguro de que las personas de quienes hablas son los llamados godos?"

       — "Para mí no tiene importancia cómo se llamen, si fueron los antepasados de los godos o sus descendientes. ¿Acaso éstos fueron vínculos profundos con las tribus celtas o alanas o escitas? Alguna otra persona deberá hacer estos escrupulosos cálculos. Pero me regocijo ante el hecho de que en las cimas de los Transhimalayas he visto la personificación de Carnac. No insisto en las nomenclaturas, pues las nomenclaturas superficiales han cambiado con mucha frecuencia ante mis propios ojos, y muchas veces un así llamado hecho ha sido falsificado con toda facilidad por períodos de aproximadamente mil años. Nunca olvidaré mi sorpresa cuando, al excavar un kurgan que en ese momento se había definido como característico de un período no posterior al siglo X, encontré en las manos del esqueleto una moneda del siglo XIV. ¡Así son las fluctuaciones!

        Los pueblos determinan estos problemas con mayor simplicidad: para ellos, todo lo que ha desaparecido, se ha marchado al interior de la tierra."

       Cuando preguntamos a nuestro centenario abuelo sobre el carro cubierto de su juventud, con toda certeza muchas cosas de una manera fantástica. Pero siempre se revelarán algunas verdades. Cuando preguntamos a las personas sobre sus antepasados, todavía son capaces de contarnos cosas, quizá hasta nos canten canciones de una gran verdad.

       Desde tiempos antiguos, las viejas leyendas tibetanas han atraído la atención hacia los menhires y dólmenes de origen desconocido. La memoria del pueblo tibetano recuerda a estos Grandes Viajeros de la siguiente manera:

       "De la lejana India partieron dos príncipes y dirigieron sus pasos hacia el norte. En el camino, uno de los príncipes murió y su hermano honró su memoria erigiendo sobre él una resplandeciente morada de enormes piedras. Y él mismo continuó su largo camino hacia las tierras desconocidas."

       ¡Así es cómo se conocen los recuerdos de los pueblos!

Tangoo, 1928


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