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Nicolás Roerich

LAS FRONTERAS DEL REINO


       Esto sucedió en la India.

       Un Rey tuvo un hijo. Como es la costumbre las hadas hechiceras todopoderosas trajeron sus regalos al Príncipe.

       La más benévola de ellas pronunció el conjuro:

       — "El Príncipe nunca verá las fronteras de su reino."

       Todos creyeron que esta profecía predecía un reino de fronteras ilimitadas.

       Pero los años pasaron; el Príncipe creció, bueno y sabio, pero no agrandó su reino.

       El Príncipe comenzó a gobernar. Sin embargo, no condujo sus ejércitos para que destruyeran a a sus vecinos y, de esta manera, no extendió las fronteras. Y cada vez que deseaba inspeccionar las fronteras de su reino, la niebla cubría las montañas de las comarcas fronterizas.

       En las olas de nubes se creaban nuevas distancias. Y las nubes se arremolinaban formando altos castillos y estructuras.

       Pero cada vez, el Rey regresaba a su palacio lleno de nuevo poder, sabio en todas sus decisiones terrenales.

       Su pueblo era jubiloso y glorificaba a su Rey, que sin guerras podía levantar su reino y hacerlo famoso, incluso en países lejanos.

       Sin embargo, cuando todo es benévolo en la tierra; entonces la serpiente negra no puede descansar debajo de la tierra.

       De esta manera, tres viejos que odiaban a la humanidad desde siempre comenzaron a susurrar:

       — "Estamos llenos de temor. Nuestro Rey está obse sionado por extraños poderes. Nuestro Rey no tiene una mente humana.

       Quién sabe, quizá una mente así destruya la corriente de fuerzas terrenales. Un hombre no debería estar por encima de la concepción humana.

       Estamos marcados por la sabiduría terrenal y conocemos los límites. Conocemos todos los encantos y tentaciones.

       Salvemos a nuestro Rey, pongamos fin a los encantos mágicos. Que nuestro Rey conozca sus fronteras. Que el fuego de su mente disminuya. Que su sabiduría se restrinja a límites humanos. Cuando vea sus fronteras, ya no ascenderá a la montaña. Y entonces, permanecerá con nosotros."

       Y los tres que odiaban a la humanidad se dirigieron juntos al Rey señalando sus barbas grises e invitándolo, en nombre de la sabiduría, a subir con ellos a la elevada montaña. Y allí, en la cumbre, los tres pronunciaron un conjuro. Un conjuro para someter el poder del Rey dentro de los límites humanos:

       — "¡Señor, tú que proteges los límites de los hombres!

       Tú que puedes, solo, medir la mente. Tú llenas el fluir de la mente dentro de los límites de la corriente de la tierra.

       Nadaré sobre una tortuga, sobre un dragón, sobre una serpiente, pero conoceré mis límites. Nadaré sobre un unicornio, sobre un elefante, pero conoceré mis límites.

       Nadaré sobre la hoja de un árbol, sobre una brizna de hierba, sobre una flor de loto, pero conoceré mis límites.

       Tú, Señor, revelarás mi costa. Tú indicarás mis límites. Todos saben y tú sabes. Nadie es más grande.Tú eres más grande. Líbranos de los encantos."

       Tal fue el conjuro que pronunciaron los que odiaban a la humanidad.

       Y de inmediato, como una cadena púrpura, las cumbres de las montañas fronterizas se volvieron fulgurantes.

       — "Aquí, Rey, están tus fronteras."

       Pero la mejor de las hadas ya se apresuraba desde la Diosa de las benévolas peregrinaciones terrenales.

       El Rey no tuvo tiempo de seguir el consejo de los tres viejos que odiaban a la humanidad y mirar. De repente, por encima de los picos, surgió una ciudad púrpura. Y detrás de ella, veladas por las nieblas, yacían regiones hasta el momento desconocidas. Sobre la ciudad volaba una hueste ardiente. Y los signos de la más grande sabiduría comenzaron a refulgir en los cielos.

       — "No veo mis fronteras", exclamó el Rey.

       Y regresó con el espíritu exaltado. Colmó su reinado con decisiones sabias en extremo.


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